DARWIN EN LA POSADA DE CABO FRÍO
En abril de 1832, el célebre naturalista inglés Charles Darwin, recorría la costa de Río de Janeiro. Camino a Cabo Frío la recepción de una posada lo dejó descolocado.
Como el albergue fue excelente y conservo todavía el grato, aunque raro recuerdo de una magnífica comida, me mostraré agradecido presentando aquí esa hospedería como el prototipo de las de su clase -escribe Darwin en su “Viaje de un naturalista alrededor del mundo”.
La posada propiamente dicha donde se albergan los huéspedes, se levanta en medio de un corral, y hace de establo. Al llegar solíamos desenjaezar los caballos y echarles un pienso de maíz, y luego, con una profunda inclinación, rogábamos al señor, o patrón, que tuviera a bien servirnos de comer.”Lo que usted quiera, señor”, solían contestar.
“¿Podrá usted ponernos algo de pesca?”. “¡Oh! Eso no, señor”. “¿Hay pan?”. “¡Ca! No, señor”. “¿Carne curada?”. “Tampoco”. En el caso más venturoso, después de aguardar un par de horas, obteníamos pollos, arroz, y farinha de mandioca. A menudo nos veíamos obligados a matar a pedradas las gallinas que se habían de cocinar. Cuando, enteramente exhaustos por la fatiga y el hambre, indicábamos tímidamente, que se nos sirviera la comida, la respuesta, dada con gran empaque, y aunque verdadera, era poco complaciente: “Se servirá cuando esté lista”.
Si nos hubiéramos atrevido a replicar, se nos habría contestado que podíamos tomar el portante y seguir nuestro viaje, ya que éramos tan impertinentes. Difícil es hallar gente menos tratable y más desconsiderada que estos posaderos.